martes, 21 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD

                         El anciano del Árrago

Un día más, los luminosos rayos solares no se colaron por las amplias rendijas del ventanuco de la vetusta caseta, aquel invierno se había anticipado a las casi siempre acertadas previsiones del anciano del Árrago, desde hacia cuatro semanas imperaba cierta oscuridad, la niebla envolvía todo el valle, a medida que el día avanzaba se tornaba en fino e incesante (calabobos) años atrás, cuando el anciano mantenía sus fuerzas, poco o nada le hubiera importado el temporal, pero ahora la penetrante humedad calaba sus huesos y permanecía durante más tiempo postrado en el rudimentario camastro de bálago, las reservas acumuladas durante el buen tiempo habían disminuido en proporción a sus fuerzas, alimentos cada vez necesitaba menos y aún le quedaban algunos preservados de la humedad, colgados en paredes y techo, no así la leña que obtenía de ramas que cortaba del circundante encinar comenzaban a escasear, ahora que necesitaba avivar más el fuego para calentar su maltrecho cuerpo.
El viejo del Árrago llevaba muchos años en aquel paraje conocido como el Monte Abajo, ocupaba una arruinada caseta que en su tiempo fue albergue de ganado y que él mismo en parte había restaurado, a nadie le preocupó que aquel hombre ocupara un pequeño espacio de terreno común en los confines del término, no molestaba ni era molestado, se nutria de productos que cultivaba y practicaba con ellos el trueque como moneda de cambio, la falta de puentes que cruzaran el Árrago, hacia que cuando este bajaba crecido la mejor opción para el intercambio era subir al Campo, cuando sucedía, solía darse un respiro descansando en la ermita que le caía de paso, el ermitaño era el único que conocía algo de sus inquietudes y su pasado, sabia que siempre quiso llegar al mar, ver el mar, adentrarse en él, viajar a través de las olas, percibir su fresca brisa, acariciar las olas, era el más viejo de sus sueños. El viejo contaba al ermitaño que la mar océano era el medio de alcanzar el ansiado nuevo mundo, del que tanto le habían hablado, un mundo de inacabables horizontes, donde caben nobles y villanos, y la recompensa equivale al esfuerzo realizado.
Entrada la mañana, el anciano se levantó y se dispuso a encender la hoguera con la última leña que días atrás había resguardado, mientras comenzaba a arder, salió a buscar más leña para que esta se fuera secando, recogió unos troncos y contempló que tan sólo quedaban unos cuantos en la leñera, no le dio tiempo a pensar el grave problema que la falta de leña le supondría, (sin fuego sólo sobreviviría unos días) de entre la niebla surgió una figura que sin levantar la cabeza avanzaba con paso firme por el sinuoso e inestable camino plagado de obstáculos, la figura parecía flotar sobre piedras y charcos, a la altura de la caseta abandonó el camino y se dirigió a ella, se acercó al anciano y cogiéndole la leña le pidió refugiarse y descansar junto al fuego, el anciano accedió indicando que apenas si le quedaba leña, arrimaron los troncos al fuego y a pesar de estar mojados ardieron sin dificultad, al calor de la lumbre pronto surgió la conversación, en instantes el verbo fluía cual manso y caudaloso río avanza sin tregua a su destino, aquel desconocido parecía tener el don de la palabra y conocía detalles que el viejo a nadie había contado, un tanto asombrado el anciano preguntó al desconocido que quién era, nunca lo había visto, ni sabía su nombre, y por qué lo conocía tanto, el desconocido dijo que aún no tenia nombre, que era vecino suyo, que siempre estaba a su lado aunque nunca lo hubiera visto, el desconocido hablaba con la cabeza baja mirando al fuego que resplandecía en su ropaje devolviendo la luz a su procedencia que ardía sin consumirse.
El viejo sacó un regojo de pan que el desconocido partió en dos trozos, comieron de el hasta saciar sus necesidades, sobre la media tarde el desconocido dijo que tenia que ausentarse, le esperaba un grato acontecimiento, al levantarse dejó al descubierto su rostro, el anciano se fijó en sus ojos, en ellos vio reflejada su vida, sus tristezas y alegrías, sus dichas y desconsuelos, de ellos surgía un extenso mar en calma que le acariciaba y envolvía, sobre la orilla alguien de manera minuciosa se preparaba para un largo viaje, en su ir y venir las olas le reconfortaban a medida que estas llegaban a sus manos y su cuerpo las absorbía hasta vaciarlo, la visión fue sólo un instante del que el viejo salió reforzado, el desconocido bajó la vista y dijo algo que por la emoción que le envolvía no entendió el anciano del Árrago, no se despidieron el desconocido se fue entre la espesa niebla tal y como había llegado.

Caída la tarde la lluvia y la niebla fue cesando, la calma invadió la noche impregnándola de acordes celestiales y susurros de pastores.

El amanecer del siguiente día fue espléndido, lucía un sol radiante, la luz reinaba sobre las tinieblas, el viejo del Árrago se levantó menos fatigado viendo aliviadas sus primarias necesidades, la leña ardía sin consumirse y comía y no disminuía su despensa..... Era un 25 de Diciembre de Mil Novecientos……

El anciano del Árrago nunca volvió a ver a su desconocido vecino, pero siguió notando su aliento y presencia, todos los días de su existencia.
E. Moreno.
Fotos cedidas por Camelia y J,L.L.Tato

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