“UN EXTRAÑO VISITANTE”
No estaba lejos aquel lugar, sólo un poco escondido entre la vegetación que rodeaba la Majada que un día fue albergue de pastores y caminantes que pasaban por allí.
Nuestro peregrino había decidido iniciar la marcha hacia el camino de Santiago de la manera más solitaria posible, creyó que así, acompañado sólo de sus pensamientos tendría más oportunidad de meditar, para ello eligió rutas poco transitadas, antiguas vías hoy en desuso.
Sebastián que así se llamaba el peregrino, inició su andadura ya avanzada la tarde, desde la villa de El Campo, pequeña población situada en las estribaciones de las sierras de Gata y Dios Padre y subía hacia la ruta de la Plata por un antiguo camino Vetton que cruzaba la sierra por el Puerto Viejo, el calor arreciaba en la bochornosa tarde veraniega, se acercó a una fuente que había junto al camino a pesar del herrumbre que desprendía bebió de ella, pues el agua estaba fresca, apagada la sed, Sebastián descansó sentándose sobre el techo de la vieja fuente, contemplando las pequeñas ondulaciones del entorno, desde aquel privilegiado viso, observó que en el abierto horizonte, comenzaban a formarse oscuros nubarrones, emprendió de nuevo el camino y apenas si había cruzado el rió Tralgas por el puente de la Reina y el Árrago por las pasarelas del molino del mismo nombre, comenzó a descargar sobre el lugar una fuerte tormenta, en medio del aguacero, rayos y truenos, Sebastián decidió guarecerse, recordó que no muy lejos había una majada que le serviría de cobijo. Había oído extrañas historias entorno a aquella majada, la tormenta arreciaba y sin hacer caso de habladurías decidió dirigirse a ella.
Debido a la cantidad de arbustos y maleza que había le costó un poco encontrarla, guiado por su instinto finalmente se encontró frente a ella.
Era ya al anochecer, decidió entrar sin más, sin saber con qué se podía encontrar en aquel extraño y solitario lugar. Empujó la puerta que daba paso al interior y el ruido que hacia parecía ser indicativo de algo extraño.
Acostumbrado a la soledad que en múltiples ocasiones se da en el mundo rural, no le dio ningún miedo entrar en aquel lugar. La majada era pequeña, tan sólo constaba de un habitáculo o estancia con chimenea para hacer lumbre y una troje con un camastro a modo de dormitorio con un ventanuco de escasas dimensiones, dejó el equipaje sobre el camastro y se dirigió a tratar de encender fuego, tuvo suerte al encontrar pequeños troncos de madera al lado de la chimenea, sin duda sobrantes de algún otro transeúnte que antes que él había utilizado aquel refugio, ya que afuera era imposible encontrar nada seco. Cuando la madera empezó a arder el sitio se hizo más acogedor y pudo ver mejor como era todo por dentro: las paredes estaban llenas de musgo y había pequeños insectos entre las piedras. El suelo de pizarra estaba lleno de hojas secas, papeles quemados y polvo. El techo no era muy alto y había algún que otro pequeño agujero entre las tejas. aquello parecía de lo más normal, su imaginación no llegaba a entender por qué en otro tiempo aquel sitio había sido objeto de habladurías como la que contaba la historia de un pastor que estando allí una noche se le había aparecido el mismísimo Diablo asustándolo y matando a todas sus ovejas. Dicen que el pastor huyó de allí tan lejos que no se le volvió a ver por el lugar. Aunque Sebastián no se creía mucho estos cuentos, sí le daba algo de respeto. Pensaba que si le llegaba a suceder algo parecido no dudaría en pedir socorro a la Virgen del Rosario de la cual era muy devoto. Desde pequeño su madre le había dicho que cuando se encontrara en peligro acudiera a ella, que la Virgen nunca le retiraría su protección.
Ya por la noche decidió acostarse temprano, la tormenta había amainado y quería salir temprano para iniciar su marcha. Cogió sus aperos y se acostó en el camastro, no tardó mucho en coger el sueño, afuera se oía el viento moviendo las copas de los árboles. No eran ni las dos de la mañana cuando oyó un ruido que le hizo despertarse, medio dormido miró a su alrededor pero no vio nada. “Trak, trak” sonó de nuevo, volvió a mirar pero tampoco esta vez vio nada. “Trak, trak, trak”, volvió a sonar, miró y esta vez ante su sorpresa vio unos grandes ojos brillantes que fijamente miraban a los suyos. Pasaron unos segundos de intenso silencio tras lo cual Sebastián decidió hablar: “¿Quién eres?”- Preguntó – Y en ese preciso instante los ojo desaparecieron y volvió a oírse el mismo ruido, mientras miraba creyó ver una cola peluda y negra gracias a la poca lumbre que todavía ardía en la chimenea. ¡El Diablo! – Pensó -, pero no recordaba ninguna historia en la que el Diablo tuviera el rabo peludo. Pensó que sería algún animal.
Pasó un rato largo y de repente sintió como algo peludo y suave rozaba su cara y pasaba por delante de sus narices. Esta vez si se asustó. “Trak, trak, trak” - se oía -, pero no vio nada. Ahora sí que no sabía qué pensar, si realmente era el mismo Diablo o un animal travieso, realmente se había asustado de veras. Decidió pasar el resto de la noche sentado al lado de la chimenea con la linterna encendida por si acaso aquello que le había rozado la cara volvía otra vez. No pasó mucho tiempo y volvió a, quedarse dormido pero con un sueño ligero y los oídos alertas. El sueño le duró poco, comenzaba a clarear el día y la tenue luz del alba penetraba por entre las rendijas de la vieja ventana, se vistió, recogió todas sus pertenencias y echó un poco de agua a la chimenea para apagar las últimas cenizas.
Antes de irse definitivamente de aquel lugar, pensó echar otro vistazo al habitáculo donde había pasado la noche, y ¡rayos!, ante su sorpresa se encontró un enorme mapache tranquilamente dormido en el camastro. Se echó a reír, se acordó del pastor de la historia y por la cabeza se le pasó que tal vez, tan temible diablo quizás habría sido otro mapache y tal vez, sólo tal vez, las ovejas hubieran muerto a causa de los rayos de alguna tormenta.
FIN – por Jem Sánchez
No estaba lejos aquel lugar, sólo un poco escondido entre la vegetación que rodeaba la Majada que un día fue albergue de pastores y caminantes que pasaban por allí.
Nuestro peregrino había decidido iniciar la marcha hacia el camino de Santiago de la manera más solitaria posible, creyó que así, acompañado sólo de sus pensamientos tendría más oportunidad de meditar, para ello eligió rutas poco transitadas, antiguas vías hoy en desuso.
Sebastián que así se llamaba el peregrino, inició su andadura ya avanzada la tarde, desde la villa de El Campo, pequeña población situada en las estribaciones de las sierras de Gata y Dios Padre y subía hacia la ruta de la Plata por un antiguo camino Vetton que cruzaba la sierra por el Puerto Viejo, el calor arreciaba en la bochornosa tarde veraniega, se acercó a una fuente que había junto al camino a pesar del herrumbre que desprendía bebió de ella, pues el agua estaba fresca, apagada la sed, Sebastián descansó sentándose sobre el techo de la vieja fuente, contemplando las pequeñas ondulaciones del entorno, desde aquel privilegiado viso, observó que en el abierto horizonte, comenzaban a formarse oscuros nubarrones, emprendió de nuevo el camino y apenas si había cruzado el rió Tralgas por el puente de la Reina y el Árrago por las pasarelas del molino del mismo nombre, comenzó a descargar sobre el lugar una fuerte tormenta, en medio del aguacero, rayos y truenos, Sebastián decidió guarecerse, recordó que no muy lejos había una majada que le serviría de cobijo. Había oído extrañas historias entorno a aquella majada, la tormenta arreciaba y sin hacer caso de habladurías decidió dirigirse a ella.
Debido a la cantidad de arbustos y maleza que había le costó un poco encontrarla, guiado por su instinto finalmente se encontró frente a ella.
Era ya al anochecer, decidió entrar sin más, sin saber con qué se podía encontrar en aquel extraño y solitario lugar. Empujó la puerta que daba paso al interior y el ruido que hacia parecía ser indicativo de algo extraño.
Acostumbrado a la soledad que en múltiples ocasiones se da en el mundo rural, no le dio ningún miedo entrar en aquel lugar. La majada era pequeña, tan sólo constaba de un habitáculo o estancia con chimenea para hacer lumbre y una troje con un camastro a modo de dormitorio con un ventanuco de escasas dimensiones, dejó el equipaje sobre el camastro y se dirigió a tratar de encender fuego, tuvo suerte al encontrar pequeños troncos de madera al lado de la chimenea, sin duda sobrantes de algún otro transeúnte que antes que él había utilizado aquel refugio, ya que afuera era imposible encontrar nada seco. Cuando la madera empezó a arder el sitio se hizo más acogedor y pudo ver mejor como era todo por dentro: las paredes estaban llenas de musgo y había pequeños insectos entre las piedras. El suelo de pizarra estaba lleno de hojas secas, papeles quemados y polvo. El techo no era muy alto y había algún que otro pequeño agujero entre las tejas. aquello parecía de lo más normal, su imaginación no llegaba a entender por qué en otro tiempo aquel sitio había sido objeto de habladurías como la que contaba la historia de un pastor que estando allí una noche se le había aparecido el mismísimo Diablo asustándolo y matando a todas sus ovejas. Dicen que el pastor huyó de allí tan lejos que no se le volvió a ver por el lugar. Aunque Sebastián no se creía mucho estos cuentos, sí le daba algo de respeto. Pensaba que si le llegaba a suceder algo parecido no dudaría en pedir socorro a la Virgen del Rosario de la cual era muy devoto. Desde pequeño su madre le había dicho que cuando se encontrara en peligro acudiera a ella, que la Virgen nunca le retiraría su protección.
Ya por la noche decidió acostarse temprano, la tormenta había amainado y quería salir temprano para iniciar su marcha. Cogió sus aperos y se acostó en el camastro, no tardó mucho en coger el sueño, afuera se oía el viento moviendo las copas de los árboles. No eran ni las dos de la mañana cuando oyó un ruido que le hizo despertarse, medio dormido miró a su alrededor pero no vio nada. “Trak, trak” sonó de nuevo, volvió a mirar pero tampoco esta vez vio nada. “Trak, trak, trak”, volvió a sonar, miró y esta vez ante su sorpresa vio unos grandes ojos brillantes que fijamente miraban a los suyos. Pasaron unos segundos de intenso silencio tras lo cual Sebastián decidió hablar: “¿Quién eres?”- Preguntó – Y en ese preciso instante los ojo desaparecieron y volvió a oírse el mismo ruido, mientras miraba creyó ver una cola peluda y negra gracias a la poca lumbre que todavía ardía en la chimenea. ¡El Diablo! – Pensó -, pero no recordaba ninguna historia en la que el Diablo tuviera el rabo peludo. Pensó que sería algún animal.
Pasó un rato largo y de repente sintió como algo peludo y suave rozaba su cara y pasaba por delante de sus narices. Esta vez si se asustó. “Trak, trak, trak” - se oía -, pero no vio nada. Ahora sí que no sabía qué pensar, si realmente era el mismo Diablo o un animal travieso, realmente se había asustado de veras. Decidió pasar el resto de la noche sentado al lado de la chimenea con la linterna encendida por si acaso aquello que le había rozado la cara volvía otra vez. No pasó mucho tiempo y volvió a, quedarse dormido pero con un sueño ligero y los oídos alertas. El sueño le duró poco, comenzaba a clarear el día y la tenue luz del alba penetraba por entre las rendijas de la vieja ventana, se vistió, recogió todas sus pertenencias y echó un poco de agua a la chimenea para apagar las últimas cenizas.
Antes de irse definitivamente de aquel lugar, pensó echar otro vistazo al habitáculo donde había pasado la noche, y ¡rayos!, ante su sorpresa se encontró un enorme mapache tranquilamente dormido en el camastro. Se echó a reír, se acordó del pastor de la historia y por la cabeza se le pasó que tal vez, tan temible diablo quizás habría sido otro mapache y tal vez, sólo tal vez, las ovejas hubieran muerto a causa de los rayos de alguna tormenta.
FIN – por Jem Sánchez
2 comentarios:
genial, esperamos más relatos...saludos
Hola,Gema,me gusta el relato.Sé como estás y la situación q te ha tocado vivir,pero me dá q eres una persona muy fuerte y q por supuesto,tú puedes con ésto y mucho más.Un beso muy fuerte y q sepas q en La Mancha no te olvidamos.Sole.
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