viernes, 30 de septiembre de 2011

Verano del 2011

                                Villa del Campo, verano del 2011
La calurosa tarde acarreó una de esas ardiente noches en las que resulta difícil reconciliarse con el sueño, en las calles impera un flameante silencio que todo lo invade, silencio que sin saber por qué, no alcanzo a romper con mis ávidos pasos que , incesantes avanzan por destartaladas aceras.
Una vez más, el ocaso pasó desapercibido por estas calles, sin aportar nada nuevo a la resplandeciente alba que no tardará en despuntar.
Nada había cambiado todo seguía igual, abocado a la misma rutina de siempre, grandes luminosos repitiendo consignas que nadie lee, coches sobre las aceras y semáforos parpadeantes por los que no pasa nadie.
Entre la modernidad tecnológica, algo verdaderamente sencillo llamó poderosamente mi atención, un rústico cartel rotulado a mano, ofrecía barras de pan por 39 céntimos a condición de redondear el precio a 40 y el céntimo sobrante depositarlo en una hucha creada para la ocasión, en la que se indicaba que los fondos recaudados se destinaban íntegramente a intentar paliar la hambruna que padecen poblaciones como las del llamado cuerno de África.
El argumento en sí no me pareció novedoso, en muchos establecimientos se puede comprar un simbólico kilo de alimentos básicos, cuyo coste se destina a idéntico fin.
Mientras avanzaba por mi camino pensé en los millones y millones de barras de pan que cada día se venden, tanto los simbólicos cartones de alimentos como la operación kilo de las campañas navideñas resultan un tanto distantes o puntuales, la de la barra del pan me pareció algo más cercano y cotidiano, el pan se compra cada día y tanto en la simbología como en la práctica es considerado como alimento básico y la vida está llena de dichos alusivos a él, iniciativas como esta podían recaudar fácilmente millones de céntimos a diario. (Un grano no hace granero pero ayuda al compañero)
Seguí mi camino un tanto desconcertado, avanzaba y avanzaba sin encontrar otros pasos que se cruzaran con los míos, el pueblo entero parecía estar desértico,  las calles se hacían eternas y parecían no tener fin, los grandes escaparates se sucedían luciendo su mercancía esperando que alguien pasase a comprarla, sin alcanzar a ver los destellos luminosos, llegó a mis oídos el lejano sonido de una sirena de bomberos que marchaba a todo trapo, sentí un profundo estremecimiento y un frió sudor que recorrió  todo  mi cuerpo, a tenor del tiempo que llevaba caminando ya debería haber llegado a mi destino, sin ser consciente del tiempo transcurrido decidí volver sobre mis pasos, a la vuelta, todos los establecimientos lucían en sus escaparates un cartel similar al de la panadería, lo llamaban EL CENTIMO DEL CAMPO, o EL PAN DEL CAMPO, ofrecían  prendas o artículos a un precio razonable, redondeándolo para el conocido fin.
La vuelta atrás se hacía larga y pesada, notaba que la inquietud me invadía y el desasosiego iba en aumento, me sentía incómodo, cansado y agobiado, las calles seguían desiertas, tan sólo la puerta de la panadería estaba abierta, entré y pedí una barra, la panadera de aspecto tranquilo y bonachón me dio el pan invitándome a depositar el céntimo en la hucha, lo hice convencido de que era un buen fin, en ese preciso instante, sonó el despertador……….

Como puede comprobarse en Villa del Campo no hay grandes escaparates, ni semáforos parpadeantes, ni aceras, sus calles son cortas y se recorren en un instante.
El Céntimo del Campo, o El Pan del Campo no existe, todo ha sido pura imaginación, o lo que es lo mismo, EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO.
Lástima que tan sólo fuera un sueño, de haber sido cierto y cundir el ejemplo ¡cuánta hambre y vidas podrían haberse evitado!
Un poco de cada uno, supone mucho para quien nada tiene, lo sentí en mis carnes y doy testimonio de ello. (En cierta ocasión mientras la recolección de aceitunas en Villanueva, a mi madre se le olvidó recoger el morral con la comida que para tal efecto aquella misma mañana había preparado, se dio cuenta cuando ya no tenia capacidad de reacción, éramos tres y aquel día no teníamos nada que llevarnos a la boca, se corrió la voz en la cuadrilla y a la hora de la comida cada cual aportó lo que pudo, todos comimos hasta saciarnos, y al final sobraron algunos regojos.)
Tan sólo tenía Diez años, ¡Jamás olvidaré aquel gesto! Ni a quienes lo hicieron.
Aquel día comprendí la multiplicación de Panes y Peces, de manera diferente a como me la habían contado.

El Céntimo del Campo no equivaldría ni a las migajas que reclama la mujer Cananea en el Evangelio de Marcos.
A ella, le fue concedida la gracia que clamaba sin descanso. Como ella hay millones de bocas clamando misericordia a diario.
Obrar milagros, es algo que no está a nuestro alcance, pero sí el de hacer pequeños gestos comunes que a menudo equivalen a milagros.
No migajas, ni regojos, darle un poco de nuestro pan a esas bocas hambrientas, es algo que sí está en nuestras manos.
         Sí yo, que no llegué a conocer el hambre, estaré siempre agradecido por el gesto que tuvieron conmigo ¡cuánto más estarán esas inocentes almas que le va la vida en ello!
        Emilio Moreno           
Fotos, Minera

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