Entre Palos y Piedras
Entre palos y piedras, así trascurría la infancia en la vida de numerosas generaciones, que huérfanos de juguetes hallamos en dichos utensilios el modo de entretener y desarrollar la mente.
Desde los tiempos más remotos, los palos y piedras formaron parte activa en la vida cotidiana del hombre. De palos y piedras surgieron las primeras armas defensivas, los primeros utensilios y las primeras herramientas, con tan rudimentarios medios, el hombre desde la base, inició su andadura y desarrollo, aprendiendo a superar las dificultades que por el camino fue hallando, hasta llegar a dominar el medio en que se encontró inmerso.
De igual modo bien por tradición congénita o por la escasez de medios, los palos y piedras ejercían una especial atracción en aquella infancia y de manera especial del lado masculino, llegando a formar parte de sus señas de identidad, muchos fueron los juegos o métodos de entretenimiento que de sus manos surgieron en directa armonía con la vida cotidiana y los métodos y medios de su más cercano entorno, con ellos se adquirían destrezas y habilidades y se ejercitaba cierto dominio sobre algunos de los elementos.
Fuera de los juegos los palos y piedras eran herramientas multiusos, valían para casi todo, por las calles, huertos, viñas y olivares, resultaba de lo más común llevar en la mano un palo o una piedra, esto daba cierta seguridad ante los múltiples peligros que a menudo acechaban, si era piedra, lo normal era que terminara arrojada contra cualquier bicho que se moviera, o bien cualquier objeto fijo podía servir de espontánea diana, botellas y vasos de cristal, cazos, tazas, platos, palancanas, orinales, pucheros o cántaros de barro desahuciados del uso cotidiano, eran dianas perfectas, si estas eran de porcelana, (entendiendo por porcelana los metálicos esmaltados) aguantaban repetidos envites, pero perdían el encanto de ser el primero en darle y romperlo, con una piedra, se competía por ver quién tenía más puntería, o la enviaba más alto y más lejos, (el lanzamiento de un palo o una piedra, como ahora vemos en las diferentes modalidades deportivas, requería un cierto adiestramiento y una dosis de ejercicio que a la postre podría resultar saludable, no así las consecuencias que en múltiples ocasiones acarreaba dicho lanzamiento,) a cortar o capar el agua de los charcos y lagunas, sobre la honda la piedra alcanzaba su máxima velocidad y distancia, dejando tras sí un intrigante zumbido variable según la forma y dimensión de la piedra, con el tirachinas (tirador para los campusos), se obtenía la máxima eficacia de cara al objetivo perseguido, el barro mezclado con piedras hacia más resistente la presa de las pesqueras, dándole mayor consistencia en el afanado intento de contener y dominar el liquido elemento.
Los palos por naturaleza, eran utensilio de apoyo y defensa, muy útiles ante los ataques de los numerosos perros que en aquella época no eran animales de compañía, sino fieles guardianes de los escasos bienes o pertenencias que cada cual poseía, su instinto les advertía del daño que palos y piedras les hacían, captaban en los gestos el peligro que corrían, agacharse a coger una piedra o intimidarles con el palo solía dar buenos resultados, del mismo modo intuíamos que transitando juntos el peligro disminuía de manera considerable si el grupo permanecía compacto, un palo hacia de lápiz y de cuaderno el suelo, de palo eran los zancos que sin mojarse los pies, permitían cruzar los infinitos charcos, el tirachinas, las flechas y el arco, la estaca y el mocho, el calvo, y el pincho también eran de palo, con un palo o vardasca se le atizaba a las caballerías para que salieran corriendo.
El fuego era otro elemento de enorme atracción, a la hora de crearlo surgía la colectividad y el ingenio, a imagen y semejanza de la bola de nieve se creaba una de ramas de olivo que aumentaba de volumen a medida que nuevas ramas se le iban uniendo, cuando era lo suficientemente grande entre todos rodando se llevaba al alto para prenderle fuego, el humo atraía más muchachos que al ser lumbre de renta, (es decir, el que no trae leña no se calienta) ardía constantemente sin apagarse, consumida esta, acudían las mujeres con un cogedor llevándose el rescoldo para el brasero.
No todo era destructivo, poco a poco desde la nada, a base de experiencias vivas que quedaban marcadas en la piel, se adquirían conocimientos que ayudaban a desenvolverse en el mundo en que tocaba vivir.
Aunque eran aceptadas y toleradas con absoluta naturalidad sin que llegaran a perturbar las normas de convivencia, hoy aquellas actitudes y actividades no serian políticamente correctas, no por ello, aquel, fue mejor ni peor que cualquier otro tiempo, ni hay que llevarlo más lejos de lo meramente sentimental y anecdótico, en muy poco tiempo se han conquistado muchas cosas, tenemos todos muchos derechos y eso es bueno, pero no se ha guardado el equilibrio y por el camino se ha perdido una gran dosis de la tolerancia característica de aquel otro tiempo, cuando se es tolerante la vida resulta más fácil, la intolerancia conduce al estrés, a la crispación y al mal humor, ya nadie aguanta nada ni a nadie, se tiene mucho respeto a los animales y muy poco a las personas, (a menudo damos a los primeros lo que negamos a los segundos, cuando vemos a un animal perdido, caído o en malas condiciones solemos decir ¡pobrecito!, si es alguien de mal aspecto, nos damos la vuelta, pasamos de largo, o hacemos como que no lo vemos,) ya no se tiran piedras ni palos a los perros, ni estos persiguen la culera de los muchachos, ahora esperan pacientes a que le lancen un objeto para ir a buscarlo y traerlo, si un niño tira una piedra al tejado y rompe una teja, el padre termina en el juzgado, si lo hace contra un perro lo condenan por maltrato.
Hoy en día, los niños aprende muy rápido cosas que no valoran porque lo tienen todo al alcance de la mano, todo se les da hecho, poco a poco la creatividad palpable y los espacios abiertos se les ha quitado de las manos, apenas si palpan el mundo real, sus juegos tienden a ser virtuales, ajenos a la convivencia y el contacto, y tal como vienen se van, sin dejar ni rastro.
Todo es desechable o al menos susceptible de ser desechado, caminamos por un mundo de vértigo sin tiempo para mirar atrás y sin saber hacia donde vamos, vivimos aislados en medio de la multitud que camina a nuestro lado, creemos dominar los avances que en el entorno hemos creado, sin llegar a darnos cuenta que estos ampliamente nos han desbordado.
¿Que pasaría si hoy se hiciesen lumbres en el alto, si tirásemos tiestos en las casas, o si nos engañasen yendo a moitos, o con el molde de los buñuelos? ¿Sería tolerado hoy esto?
Bueno sería, que sin volver a los palos y piedras, encontrásemos al menos una mínima vía, lejos de la intolerancia y la crispación y abierta a la comprensión y al diálogo como en aquellos no tan lejanos tiempos.
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