…..En la palabra había vida y la vida era la luz de los hombres…..
Con este bello poema, comienza San Juan su Evangelio, describiendo el origen de la creación.
No pretendo hacer comparaciones Evangélicas, tan sólo es una similitud que se da con Villa del Campo.
Desde los tiempos más remotos sobresalían en esta villa los caminos, por ellos fluía la vida en incesante trasiego.
Antes que la luz, fue la sombra,
antes que el pan el trigo,
y antes de crearse esta villa
ya existían sus caminos.
Como bien dice el poema, antes de fundarse esta villa ya existían sus caminos, y muchos son esos caminos que surcan nuestro pequeño universo, ancestrales vías de comunicación sin las cuales no se concibe el progreso.
Cuentan que los primitivos caminos no fueron obra de la mano del hombre, si no del paso del ganado, este fue abriendo brecha en su incesante búsqueda de nuevos pastos, miles de años más tarde nos lo recordó Machado.
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
El más antiguos de los caminos del que hay constancia en la zona, pudo haber sido abierto por el mismo método, los Vettones lo transitaron en su quehacer pastoril para alcanzar la maseta por el puerto Viejo.
Este primitivo camino unía Coria con la meseta, pasando por Laconimurgo (ver acercamiento a los Vettones) y el citado puerto Viejo. Muchas son las huellas dejadas por este camino en las diferentes épocas del mencionado trayecto, los asentamientos de la Raíz, la laguna Viciosa, el enclave de la actual Ermita, la Jeruumbrosa, la Reina, todas en el mismo eje de Coria y el puerto Viejo, son huellas palpables de este camino que no ha borrado el tiempo, más tarde fue conocido como camino de la Reina (por dirigirse al lugar llamado así) partía desde la vía Dalmacia pasando por Calzadilla rumbo a la aceña del mismo nombre que llegó hasta nuestros días, siendo tío Crisanto su último molinero.
Ya en épocas más reciente 1826 Sebastián Miñano menciona en su diccionario un camino que pasaba por la ermita procedente de Alcántara y con destino a Baños, cuarenta años más tarde un itinerario militar describe minuciosamente (aunque con alguna errata y fallos topográficos al confundir el Arroyo Patana con el Marchagaz y el Pedroso con Cedroso) el camino de Brozas a Granadilla, detallando los lugares en que había recursos y condiciones de alojamiento, siendo calificados como regulares los del Campo, y sin mencionar a Pozuelo añade que a tres kilómetros del Campo se pasa el Arroyo Pedroso para seguir rumbo a Villanueva y llegar a Granadilla por el Bronco y el Cerezo.
Para apreciar la tupida red de caminos que superan varios términos antes de llagar a su destino, basta con un ligero barrido visual a los mapas de la zona, (preferible los anteriores a los años 50, que no reflejan carreteras sólo caminos). Los de tránsito comarcal, siguiendo el denominador común transcurren de noreste a sureste, de oeste a este, y de sur a norte, los locales lógicamente fluyen por todo el perímetro.
Los de noreste a sureste proceden básicamente de Valdárrago y el paso del puerto Viejo, de gran utilidad tras la reconquista, hasta los tiempos modernos fueron ampliamente utilizados, como vías de comercio, tanto por particulares como por chalanes y arrieros, que practicaban todo topo de trueque, confluyen en la Cañada Real de Ahijaderos (carretera del pantano) para unificarse y tomar rumbo a Coria por el camino que unía Coria con Salamanca (carretera de los cuestos) o bien por el camino del campo vía Calzadilla, que como su nombre indica, sin duda fue un gran nudo de comunicaciones.
Los de oeste a este se unen al de Santibáñez a Montehermoso, sin duda el más conocido y el más importante de todos, además de hallarse en él la Ermita, y la laguna el Sapo, antiguo lugar de baños de la juventud masculina, es el eje central del municipio, tras recoger la mayoría de los caminos locales se adentra en el Pozuelo por el cruce.
El más oriental de los de sur a norte denominado de Coria a Salamanca, servia de lindero con Pozuelo, desde donde continuaba hacia Santa Cruz para adentrarse en las Hurdes, había otro que transcurría en paralelo a este partiendo desde Calzadilla (continuación del camino local de Ciudad Rodrigo a Calzadilla) y por término del Guijo enlazaba con el de la Parca, (curioso nombre, camino de la Parca, máxime cuando va a morir a las Reyertas) para llegar al Campo por el pozo nuevo, los otros caminos que forman la diagonal opuesta a los de Valdárrago, es decir los de la Granja y la Raíz, tuvieron mucha importancia en tiempos anteriores mientras hubo asentamientos estables, los deslindes posteriores y finalmente el pantano los redujo a caminos locales, el otro gran camino del sur, lo es por denominación aunque entra por el oeste, es el de Moraleja al Campo, de vital importancia, en Moraleja enlazaba con el de Alcántara que subía por Piedras Albas y la Zarza, desde Moraleja ascendía por el Árrago para cruzarlo a la altura de la actual isla y continuar entre la cruz de la Agustina y la laguna Viciosa, tras cruzarse con el de Villasbuenas seguía por los guijarrales y por debajo de la Ermita y rebasado el camino de la Torre se adentraba en la dehesa para unirse al de Santibáñez.
Como puede apreciarse somos un pueblo de caminos, las carreteras sobre antiguos caminos apenas si pisan nuestro suelo, tan solo cuatro kilómetros doscientos cincuenta metros de la carretera del Carrascal (que hasta hace poco no podía considerarse como tal, surcan nuestro suelo) esta vez por los caminos convertidos en carreteras no llegó el progreso, los mandatarios y terratenientes de la época no las quisieron dentro.
Casi todos estos caminos han llegado intactos a nuestro tiempo, inequívoca señal de que siguen latiendo, cuando un camino deja de ser transitado la maleza se apodera de él, algo que espero no ocurra con los nuestros. “Caminante son tus huellas el camino y nada más, caminante no hay camino se hace camino al andar”.
Hace ya muchos años que no transito por los caminos del pueblo, aunque no hay día que desde los visores no deje de acercarme a ellos, los miro y me veo caminando por ellos, compruebo que perduran como si no hubiera pasado el tiempo, recorro palmo a palmo los lugares de mis más primitivos recuerdos, y desde la nostalgia, vuelvo al Nuevo Plantío, donde en lejanos tiempos, formé parte activa de su pastoril entorno, donde entre sus verdes encinas sembré mis más ansiados sueños, con la firme esperanza de algún día poder recogerlos, y desde allí, a la realidad vuelvo, no sin antes otear los misteriosos y enigmáticos rincones de cultura Vettona, que sin saber por que, tantas y tantas veces me atrajeron.
¡Tan cerca estuve de ellos! ¡Y yo sin saberlo.!
Fotografías cedidas por J.L.L. Tato
Mapas unión de hojas del IGN
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