"MORITO"
Un Precioso Cuento De mi Pueblo (Villa del Campo)
Por Samuel Pool Barquero
Como ya se ha dicho en la entrada correspondiente, titulada Un Campuso Apellidado Pool, Samuel Pool Barquero, nació en Villa del Campo, el día 31 de Agosto de 1911, la rama paterna procedía de Inglaterra, su padre fue Guillermo Pool Bueno, natural de Huelva y su madre Paula Barquero Gómez, de Guijo de Galisteo, la abuela materna era natural de Villa del Campo y el abuelo del Guijito, la biografía de estas familias y su dedicación, no estaban nada claras cuando se hizo la entrada, más tarde se añadió el resultado de los hallazgos en el libro de las memorias de la familia Fliedner, sobre todo fechas y profesiones, dichas memorias, sitúan a los Pool, ejerciendo como Maestros con titulo, en la escuela Evangélica de Santa Amalia el 1de Julio de 1913, por tanto no llega ni a dos años la estancia de Samuel En Villa del Campo, también conocemos que su madre se encontraba en avanzado estado de gestación, que su abuelo materno José Barquero se encuentra en Medellín, ejerciendo de Colportor, (vendedor de Biblias) y que pretende fundar allí una escuela Evangélica, el 28 de Diciembre de 1914 fallece su madre, el hecho de que los abuelos paternos estén en Medellín, no muy distante de Santa Amalia y quieran fundar una escuela, hace suponer que los niños al quedar huérfanos de madre, pasen a los cuidados de la abuela Engracia Gómez Paule natural de Villa del Campo, por tanto seria la abuela quien le inculca el Castuo, que domina con sobrada soltura, tanto oral como escrito, y ese gran amor por Villa del Campo que apenas si llego a ver, no conocemos nada más de la abuela, pero como cualquier abuela, y más en aquellos tiempos, le contaría innumerables historias, cuentos y sucesos acaecidos en Villa del Campo y entre ellos estaría el relato o cuento que más abajo presentaremos, tal y como apareció en la Revista Evangélica El Amigo De la Infancia, por tanto es de suponer que Samuel dio cuerpo al relato de la abuela, que bien pudo ser, una historia real del pueblo.
La acción la sitúa y desarrolla en Villa del Campo y hay muchos puntos y datos que encajan de manera perfecta, sin que haya duda de la autenticidad de la acción.
No hay datos concretos de la fecha del fallecimiento del padre, ni de los abuelos, se sabe que en 1917, Samuel y Marina Pool Barquero pasan al Porvenir o casa de paz, (hoy creo que seminario Evangélico) en el Escorial, al cuidado de Catalina Flunche, de la familia de los Fliedner, allí curso sus estudios, (ver la entrada Un Campuso Apellidado Pool) el 15 de Abril de 1934 publica en la mencionada revista el cuento MORITO, le siguió Medellín, publicado el 6 de Junio del mismo año, que da testimonio de su presencia en el mencionado pueblo.
Seguimos a la caza y captura de los demás escritos que nos dejo este apasionado y desconocido Campuso, que a buen seguro, nos revelara más datos de tan entrañable paisano.
Un Precioso Cuento De mi Pueblo (Villa del Campo)
Por Samuel Pool Barquero
Como ya se ha dicho en la entrada correspondiente, titulada Un Campuso Apellidado Pool, Samuel Pool Barquero, nació en Villa del Campo, el día 31 de Agosto de 1911, la rama paterna procedía de Inglaterra, su padre fue Guillermo Pool Bueno, natural de Huelva y su madre Paula Barquero Gómez, de Guijo de Galisteo, la abuela materna era natural de Villa del Campo y el abuelo del Guijito, la biografía de estas familias y su dedicación, no estaban nada claras cuando se hizo la entrada, más tarde se añadió el resultado de los hallazgos en el libro de las memorias de la familia Fliedner, sobre todo fechas y profesiones, dichas memorias, sitúan a los Pool, ejerciendo como Maestros con titulo, en la escuela Evangélica de Santa Amalia el 1de Julio de 1913, por tanto no llega ni a dos años la estancia de Samuel En Villa del Campo, también conocemos que su madre se encontraba en avanzado estado de gestación, que su abuelo materno José Barquero se encuentra en Medellín, ejerciendo de Colportor, (vendedor de Biblias) y que pretende fundar allí una escuela Evangélica, el 28 de Diciembre de 1914 fallece su madre, el hecho de que los abuelos paternos estén en Medellín, no muy distante de Santa Amalia y quieran fundar una escuela, hace suponer que los niños al quedar huérfanos de madre, pasen a los cuidados de la abuela Engracia Gómez Paule natural de Villa del Campo, por tanto seria la abuela quien le inculca el Castuo, que domina con sobrada soltura, tanto oral como escrito, y ese gran amor por Villa del Campo que apenas si llego a ver, no conocemos nada más de la abuela, pero como cualquier abuela, y más en aquellos tiempos, le contaría innumerables historias, cuentos y sucesos acaecidos en Villa del Campo y entre ellos estaría el relato o cuento que más abajo presentaremos, tal y como apareció en la Revista Evangélica El Amigo De la Infancia, por tanto es de suponer que Samuel dio cuerpo al relato de la abuela, que bien pudo ser, una historia real del pueblo.
La acción la sitúa y desarrolla en Villa del Campo y hay muchos puntos y datos que encajan de manera perfecta, sin que haya duda de la autenticidad de la acción.
No hay datos concretos de la fecha del fallecimiento del padre, ni de los abuelos, se sabe que en 1917, Samuel y Marina Pool Barquero pasan al Porvenir o casa de paz, (hoy creo que seminario Evangélico) en el Escorial, al cuidado de Catalina Flunche, de la familia de los Fliedner, allí curso sus estudios, (ver la entrada Un Campuso Apellidado Pool) el 15 de Abril de 1934 publica en la mencionada revista el cuento MORITO, le siguió Medellín, publicado el 6 de Junio del mismo año, que da testimonio de su presencia en el mencionado pueblo.
Seguimos a la caza y captura de los demás escritos que nos dejo este apasionado y desconocido Campuso, que a buen seguro, nos revelara más datos de tan entrañable paisano.
“MORITO” Cuento de Samuel Pool Barquero
Muchas son las historias y cuentos escritos acerca de la fidelidad de algunos animales domésticos; todos ellos encierran enseñanzas muy útiles para los niños y mayores; por esta razón yo voy a contaros, queridos amiguitos, una historia que tuvo lugar en un pueblecito Extremeño.
Villa del campo es un pueblo situado al Norte de Extremadura, en las derivaciones de la Sierra de gata; sus casitas blancas, edificadas en las laderas de las montañas, semejan a lo lejos una bandada de palomas posadas sobre sus faldas.
Un pequeño arroyuelo, dando saltos de roca en roca, como un chiquillo travieso desciende de la montaña a la llanura, donde sus aguas se deslizan tranquilas, fertilizando las huertas cercanas.
Cuentan que un día llegaron al pueblo unos arrieros y dejaron abandonado allí a un hermoso galgo; el pobre animal, al verse solo, vagaba, por el pueblo buscando donde refugiarse y comer algo; todos los perros le salían al encuentro ladrándole; el perro huía solo y triste. Al pasar por una de las calles, un grupo de chuiquillos que salían de la escuela encontró al pobre galgo marchando sin rumbo fijo; los muchachos, al verle, saltaron de alegría; uno de ellos, el más decidido, comenzó a llamarle mostrándole un trozo de pan. Impulsado por el hambre el galgo se acercó, aunque un poco temeroso a los revoltosos; éstos, fingiéndole cariño, lo acariciaban, mientras uno de ellos le ataba fuertemente unas latas a la cola; todos prorrumpieron entonces en una tremenda algarabía; el pobre animal, al oír el ruido que produjeron, salio corriendo, preso de un terrible espanto, entre las risotadas de los muchachos. Por todas partes que iba lo recibían a pedradas; mucho corrió el pobre animal; por fin, cansado, jadeante, se paró no muy lejos del molino, dando lastimeros ladridos. Al oírlo, el molinero, que era un hombre muy cariñoso con los animales, se acercó al perro con gran cuidado, le desató las latas y, dándole cariñosas palmaditas en el lomo, lo llevó al molino. Allí le curo las heridas y le dio de comer abundantemente; hecho esto lo llevó a un rincón, donde tenía mucha paja y, ahuecándola, lo mandó acostarse allí. Agradecido el perro, lamía las manos de su bienhechor.
Alegre pasó algunos años con su nuevo dueño, acompañándole a todas partes. También los hijos del molinero encontraron un nuevo y fiel amigo, a quien llamaron “Morito” por el color de su pelo.
Su felicidad no duró mucho; un día el molinero murió, dejando en la miseria a tres niños y a una mujer; todos lloraron la irreparable pérdida; el perro también quedó muy triste. Unos hombres enlutados colocaron al noble molinero en una gran caja negra y, cargándola sobre sus hombros, se encaminaron al cementerio, “Morito” seguía el triste cortejo; cuando hubieron enterrado al molinero, todos salieron cabizbajos, abatidos, cerrando tras si la puerta del Campo Santo.
No pudiendo entrar de otro modo, el triste perro saltó la tapia y, con paso lento, se acercó a la fosa, sobre la cual se acostó.
Llegada la noche el perro comenzó a aullar, dando una lúgubre nota con sus quejidos al “Campo Santo”. Al oírlo, los vecinos del pueblo se alarmaron; muchos creían que eran quejas del alma de difunto estos gritos. Al siguiente día algunos mozos del pueblo marcharon al cementerio para cerciorarse de dónde provenían estos aullidos, y encontraron, con sorpresa, al perro tumbado sobre la fosa de su dueño. Compadecidos los mozos cogieron al perro y, haciéndole caricias, lo llevaron a casa de sus dueños.
Pocos días después la mujer del molinero se vio obligada a servir, para ganar el sustento a sus pequeñuelos. En una ocasión el perro, saliendo de su casa muy temprano, desapareció en el monte. Los niños lloraron desconsolados la pérdida de su amigo, su compañero de juegos los abandonaba; pero cuán grande sería la sorpresa de los niños al ver aparecer al mediodía al perro con una liebre colgando de la boca; ellos la recogieron, mientras el perro saltaba de gozo; “aquel día ya podían comer bien”. No tardaron en contar a la madre la sorpresa que el perro les había dado; ella elevando los ojos al cielo dio las gracias a Dios por la ayuda que le había concedido por medio de aquel animal.
Desde entonces el perro salía todas las mañanas y regresaba a casa con algún conejo, liebre o perdices.
Mientras tanto el molino, abandonado, se encontraba lleno de ratas, telarañas y polvo; sus piedras yacían aletargadas, Así pasaron los años; el perro se hacia viejo, pero los niños mozalbetes.
Un día unos albañiles entraron en el molino y comenzaron a tapar sus grietas, blanquear sus paredes y limpiar de toda suciedad sus suelos; por fin, las aguas comenzaron a mover sus muelas bajo le dirección de los tres hermanos; ya el molino renacía de su letargo. Se acabó la miseria; la madre, viejecita, podía descansar de sus rudas labores; el perro también dormitaba acurrucado en el mismo rincón que años atrás había sido su muelle cama, mientras cantaban alegres los mozuelos al son de las piedras incansables.
Un día llegó un arriero al molino; el perro comenzó a ladrarle; molesto aquél, la emprendió a palos con el “Morito”, y no contento con esto dándole un empujón lo tiró al agua; el pobre animal, sin fuerzas ya, pereció ahogado. Al enterarse de esto los dueños del molino corrieron a salvar a su buen perro, pero llegaron tarde; el perro había muerto. Lo cogieron llorosos y lo depositaron en un hoyo oculto en un bosquecillo, lleno de flores, no muy lejos del molino.
Aun existen unas piedras labradas, carcomidas por el tiempo, indicando el lugar donde yace un fiel amigo del hombre que sacrificó gran parte de su vida haciendo bien a aquellos que tanto le querían.
Muchas son las historias y cuentos escritos acerca de la fidelidad de algunos animales domésticos; todos ellos encierran enseñanzas muy útiles para los niños y mayores; por esta razón yo voy a contaros, queridos amiguitos, una historia que tuvo lugar en un pueblecito Extremeño.
Villa del campo es un pueblo situado al Norte de Extremadura, en las derivaciones de la Sierra de gata; sus casitas blancas, edificadas en las laderas de las montañas, semejan a lo lejos una bandada de palomas posadas sobre sus faldas.
Un pequeño arroyuelo, dando saltos de roca en roca, como un chiquillo travieso desciende de la montaña a la llanura, donde sus aguas se deslizan tranquilas, fertilizando las huertas cercanas.
Cuentan que un día llegaron al pueblo unos arrieros y dejaron abandonado allí a un hermoso galgo; el pobre animal, al verse solo, vagaba, por el pueblo buscando donde refugiarse y comer algo; todos los perros le salían al encuentro ladrándole; el perro huía solo y triste. Al pasar por una de las calles, un grupo de chuiquillos que salían de la escuela encontró al pobre galgo marchando sin rumbo fijo; los muchachos, al verle, saltaron de alegría; uno de ellos, el más decidido, comenzó a llamarle mostrándole un trozo de pan. Impulsado por el hambre el galgo se acercó, aunque un poco temeroso a los revoltosos; éstos, fingiéndole cariño, lo acariciaban, mientras uno de ellos le ataba fuertemente unas latas a la cola; todos prorrumpieron entonces en una tremenda algarabía; el pobre animal, al oír el ruido que produjeron, salio corriendo, preso de un terrible espanto, entre las risotadas de los muchachos. Por todas partes que iba lo recibían a pedradas; mucho corrió el pobre animal; por fin, cansado, jadeante, se paró no muy lejos del molino, dando lastimeros ladridos. Al oírlo, el molinero, que era un hombre muy cariñoso con los animales, se acercó al perro con gran cuidado, le desató las latas y, dándole cariñosas palmaditas en el lomo, lo llevó al molino. Allí le curo las heridas y le dio de comer abundantemente; hecho esto lo llevó a un rincón, donde tenía mucha paja y, ahuecándola, lo mandó acostarse allí. Agradecido el perro, lamía las manos de su bienhechor.
Alegre pasó algunos años con su nuevo dueño, acompañándole a todas partes. También los hijos del molinero encontraron un nuevo y fiel amigo, a quien llamaron “Morito” por el color de su pelo.
Su felicidad no duró mucho; un día el molinero murió, dejando en la miseria a tres niños y a una mujer; todos lloraron la irreparable pérdida; el perro también quedó muy triste. Unos hombres enlutados colocaron al noble molinero en una gran caja negra y, cargándola sobre sus hombros, se encaminaron al cementerio, “Morito” seguía el triste cortejo; cuando hubieron enterrado al molinero, todos salieron cabizbajos, abatidos, cerrando tras si la puerta del Campo Santo.
No pudiendo entrar de otro modo, el triste perro saltó la tapia y, con paso lento, se acercó a la fosa, sobre la cual se acostó.
Llegada la noche el perro comenzó a aullar, dando una lúgubre nota con sus quejidos al “Campo Santo”. Al oírlo, los vecinos del pueblo se alarmaron; muchos creían que eran quejas del alma de difunto estos gritos. Al siguiente día algunos mozos del pueblo marcharon al cementerio para cerciorarse de dónde provenían estos aullidos, y encontraron, con sorpresa, al perro tumbado sobre la fosa de su dueño. Compadecidos los mozos cogieron al perro y, haciéndole caricias, lo llevaron a casa de sus dueños.
Pocos días después la mujer del molinero se vio obligada a servir, para ganar el sustento a sus pequeñuelos. En una ocasión el perro, saliendo de su casa muy temprano, desapareció en el monte. Los niños lloraron desconsolados la pérdida de su amigo, su compañero de juegos los abandonaba; pero cuán grande sería la sorpresa de los niños al ver aparecer al mediodía al perro con una liebre colgando de la boca; ellos la recogieron, mientras el perro saltaba de gozo; “aquel día ya podían comer bien”. No tardaron en contar a la madre la sorpresa que el perro les había dado; ella elevando los ojos al cielo dio las gracias a Dios por la ayuda que le había concedido por medio de aquel animal.
Desde entonces el perro salía todas las mañanas y regresaba a casa con algún conejo, liebre o perdices.
Mientras tanto el molino, abandonado, se encontraba lleno de ratas, telarañas y polvo; sus piedras yacían aletargadas, Así pasaron los años; el perro se hacia viejo, pero los niños mozalbetes.
Un día unos albañiles entraron en el molino y comenzaron a tapar sus grietas, blanquear sus paredes y limpiar de toda suciedad sus suelos; por fin, las aguas comenzaron a mover sus muelas bajo le dirección de los tres hermanos; ya el molino renacía de su letargo. Se acabó la miseria; la madre, viejecita, podía descansar de sus rudas labores; el perro también dormitaba acurrucado en el mismo rincón que años atrás había sido su muelle cama, mientras cantaban alegres los mozuelos al son de las piedras incansables.
Un día llegó un arriero al molino; el perro comenzó a ladrarle; molesto aquél, la emprendió a palos con el “Morito”, y no contento con esto dándole un empujón lo tiró al agua; el pobre animal, sin fuerzas ya, pereció ahogado. Al enterarse de esto los dueños del molino corrieron a salvar a su buen perro, pero llegaron tarde; el perro había muerto. Lo cogieron llorosos y lo depositaron en un hoyo oculto en un bosquecillo, lleno de flores, no muy lejos del molino.
Aun existen unas piedras labradas, carcomidas por el tiempo, indicando el lugar donde yace un fiel amigo del hombre que sacrificó gran parte de su vida haciendo bien a aquellos que tanto le querían.
Samuel Pool Barquero
Para ver el cuento, tal y como aparecio en la revista El Amigo de la Infancia, pulsar sobre el.
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